miércoles, 10 de noviembre de 2010

Calidad = Cantidad + aprendizaje

Me encontré con esta maravillosa historia de lo beneficioso que es fracasar temprano, aprender y no darse por vencido. Es sobre un experimento para calificar a los alumnos. Esto fue lo que sucedió:

El maestro de cerámica anunció que dividiría a su clase en dos grupos. Todos los que estaban del lado izquierdo del estudio serían calificados según la cantidad de trabajo que produjeran y los del lado derecho serían calificados solo por la calidad de su trabajo.

Su procedimiento era simple: el último día de clases computaría el peso del trabajo del grupo de la ¨cantidad¨: 50 libras de vasijas se calificarían como A, 40 libras como B y así sucesivamente. Aquellos que serían calificados por la "calidad¨ solo necesitaban producir una vasija para tener una A, pero debía ser una vasija perfecta.

Bueno, cuando llegó el momento de la calificación ocurrió un hecho curioso: ¡los trabajos de mejor calidad fueron todos producidos por el grupo que había sido calificado por la cantidad!

Parece que mientras el grupo de la ¨cantidad¨ producía vasijas a lo loco y aprendía de sus errores, el grupo de la ¨calidad¨ había dedicado su tiempo a teorizar sobre la perfección y, finalmente, para dar cuenta de sus esfuerzos, no tenían más que grandiosas teorías y un montón de barro muerto.


La única forma de avanzar es adquiriendo experiencia. Para ello se debe tener tesón aun en el fracaso. Esa es la importancia de la experimentación: aprender sistemáticamente.


lunes, 1 de noviembre de 2010

MICTLANTECUHTLI (El señor de la muerte)






 
 
El culto a la muerte existe en México desde hace más de tres mil años. Los antiguos pobladores de lo que hoy es la República mexicana concebían a la muerte como algo necesario y que le ocurre a todos los seres en la naturaleza. Tenían por seguro que los ciclos en la naturaleza como la noche y el día, la época de secas y lluvias eran el equivalente a la vida y la muerte.

Comenzaron a representar a la vida y la muerte en figuras humanas descarnadas por la mitad. Estas imágenes simbolizaron la dualidad entre lo vivo y lo muerto, lo que llevamos dentro y fuera, la luna y el sol. Podemos decir que es entonces cuando comienza un culto a la muerte que se extiende por todos los rincones del México antiguo y son devotos muchísimas culturas como los mayas, zapotecos, mixtecos, totonacas y otras más.

Pero uno de los pueblos dónde el culto a la muerte adquirió más fuerza fue el de los mexicas o aztecas. Este pueblo considerado como uno de los más aguerridos de que se tenga noticia llevó a los extremos la devoción a la muerte.

LOS DIOSES DE LA MUERTE

Los mexicas heredaron de épocas antiguas a dos dioses: Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, el Señor y la Señora del Mictlan la región de los muertos. A este lugar iban los hombres y mujeres que morían de causas naturales. Pero el camino no era fácil. Antes de presentarse ante el Señor y Señora de la muerte había que pasar numerosos obstáculos; piedras que chocan entre sí, desiertos y colinas, un cocodrilo llamado Xochitonal, viento de filosas obsidianas, y un caudaloso río que el muerto atravesaba con la ayuda de un perrito que era sacrificado el día de su funeral.

Finalmente el difunto llegaba ante la presencia de Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, los terribles señores de la obscuridad y la muerte. La tradición dice que entonces se le entregaba a los dueños del inframundo ofrendas. 
 
Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl fueron sin lugar a dudas las deidades a quienes se encomendaban a los muertos pero también eran invocados por todo aquel que deseaba el poder de la muerte. Su templo se encontraba en el centro ceremonial de la antigua ciudad de México Tenochtitlan, su nombre era Tlalxico que significa “ombligo de la tierra”.